De la ciencia a la conciencia

Juan Carlos Solano - UNL

Hace unos días tuve el honor de ser invitado para dar una conferencia sobre las aplicaciones de la energía solar fotovoltaica en el hermano país de Perú. Fue una gran experiencia, sobre todo porque no fue un evento académico, sino más bien, porque fue un conversatorio, un encuentro con autoridades municipales del norte del Perú, junto con personas de la localidad, muchas de ellas pertenecientes a zonas alejadas de las grandes ciudades.

¿Cómo el uso de nuevas tecnologías —especialmente de las energías renovables— puede mejorar su estilo de vida? ¿qué ganarán ellos con invertir en novedosos equipos? ¿cómo se transforma la energía del sol hasta el pan para alimentarse día a día? Ante el interés de la charla, fueron algunas de las preguntas que curiosamente buscaban respuesta.

Para mí, fue un momento de epifanía, al modular una presentación científica hacia un encuentro más íntimo con las personas, al tratar de comprender que “investigación”, “modelos”, “energía”, “potencia”, “rendimiento”, etc. son términos que pueden resultar vacíos en ciertos ámbitos, especialmente cuando se intenta pasar de la ciencia a la conciencia de las personas, sobre todo de las que más lo necesitan.

En base a la experiencia anterior, me permito hacer la siguiente pregunta: ¿Cuál es nuestro rol como docentes y como investigadores en la Universidad? ¿Ser quizá un Albert Einstein o un Stephen Hawking, cuyo ingenio ha permitido a la humanidad deshilvanar el funcionamiento de las cosas y plantear teorías de cómo funciona el universo? O bien, ¿debemos ser un Thomas Edison o un Nikola Tesla, verdaderas mentes brillantes que han aportado al desarrollo de la tecnología que usamos día a día?

Antes de dar mi punto de vista a la pregunta planteada, me permito plantear la siguiente gráfica entre NUEVO CONOCIMIENTO Vs. APLICACIÓN DE TECNOLOGÍA:

ciencia y tecnología - UNL 

La gráfica anterior de ninguna manera pretende ser absoluta, la ciencia tiene muchos matices como para simplificarla en un cuadro, de todas maneras, sirve para ubicar los objetivos que como docentes debemos alcanzar.

¿Las universidades deberían reclutar, motivar y preparar talentos que impulsen nuevos conocimientos como Bohr y otros? Definitivamente SÍ, las universidades deben ser promotoras de la ciencia, de plantear nuevas teorías, de dar respuesta a los enigmas del universo todavía desconocidos (círculo naranja).

Una muestra ejemplificadora de este grupo, la tenemos con Einstein que, en 1905, el 'annus mirabilis', publicó cuatro estudios en la revista científica alemana “Annales der Physik”. Estos artículos cambiaron para siempre las leyes de la física y de nuestra concepción de la realidad, de la luz, de la materia, del tiempo y del espacio. Para los estándares actuales de universidades ecuatorianas quizá Einstein hubiera perdido un concurso de méritos y oposición, debido a que actualmente se valora más la cantidad que la calidad, se valora más publicar 20 artículos (por ejemplo) en SCOPUS que nadie los lee, a publicar estudios de muchos años y que cambian el mundo.

¿Las universidades deben preparar a sus docentes y estudiantes para que generen aplicaciones útiles para el ser humano? También, un rotundo SÍ. Se debe impulsar y preparar a personas innovadoras, decididas a solucionar problemas, que emprendan y que dejen huella, esas son las personas que deberían ser formadas en la universidad (círculo azul). Debo señalar que muchas de las personas como Gates, Jobs y otros no tienen títulos profesionales, sin embargo, eso no quita legitimidad a la hora de contribuir a la ciencia y a la humanidad.

¿Qué sería lo ideal? Que los docentes universitarios seamos capaces de generar nuevos conocimientos y a la vez que estos conocimientos contribuyan a solucionar problemas de la sociedad (círculo verde), como Pasteur, Fleming, etc. Obviamente, para llegar a ese punto hace falta genialidad y preparación, y aunque suene utópico, ese es el objetivo a seguir.

¿Cuál es la zona de CUIDADO? Se debe evitar a toda costa quedarnos en la zona en la que ni generemos conocimiento ni tampoco aplicaciones útiles. La zona a evitar para los docentes es aquella en la que intentamos redactar artículos simplemente por tener números, sin importar si alguien los lee, esa zona peligrosa en donde repetimos lo que está escrito en los libros y no innovamos ni nos cuestionamos si está bien o no lo que enseñamos. Debemos evitar matar la iniciativa de los estudiantes cuando se toma exámenes memoristas que los desmotivan y que destruyen a visionarios.

Como opinión final debo decir que lo peor que podemos hacer es entrar en un letargo en donde se mira a la docencia como una fuente de empleo, cuando debe ser una vocación y una manera eficaz de trasladar nuestros conocimientos a los alumnos.