La agricultura de precisión: una oportunidad aún pendiente en el Agro Ecuatoriano.

Marianela Carrión - CIT - UNLHablar de agricultura de precisión en Ecuador es, para muchos, hablar de futuro. Pero es una necesidad urgente del presente. En un país donde la agricultura representa una de las principales fuentes de empleo y sustento, resulta paradójico que aún no se aprovechen de manera significativa las tecnologías que están transformando el agro a nivel mundial.

La agricultura de precisión no es ciencia ficción ni un lujo reservado a grandes corporaciones extranjeras. Es una forma inteligente y sostenible de producir, que utiliza herramientas como sensores, drones, estaciones meteorológicas y análisis de datos para tomar decisiones más informadas en el manejo de cultivos. ¿El objetivo? Optimizar recursos, reducir pérdidas y aumentar la productividad. En pocas palabras: producir más, contaminando menos y con menor esfuerzo humano.

Sin embargo, en Ecuador, su implementación avanza a paso lento. Salvo algunas iniciativas puntuales lideradas por universidades, centros de investigación o fincas tecnificadas, la gran mayoría de agricultores sigue trabajando con métodos tradicionales, muchas veces guiados por la experiencia empírica o la herencia familiar. No se trata de despreciar ese conocimiento ancestral, sino de complementarlo con herramientas que ya están al alcance, y que pueden marcar la diferencia en un contexto de cambio climático, escasez hídrica y precios fluctuantes.
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¿Por qué no hemos dado el salto aún? Las barreras son múltiples. Desde el limitado acceso a internet en zonas rurales, pasando por la falta de capacitación técnica, hasta políticas públicas que aún no priorizan la digitalización del campo como un eje estratégico. A esto se suma la brecha generacional: mientras los jóvenes ven con interés las nuevas tecnologías, muchos agricultores mayores aún las perciben con desconfianza o como una amenaza a sus saberes.

Y, sin embargo, hay señales esperanzadoras. Cada vez más startups ecuatorianas desarrollan sensores, plataformas o apps adaptadas a las necesidades del pequeño productor. Hay tesis universitarias que nacen del territorio y buscan resolver problemas reales de los cafetaleros, arroceros o floricultores. Y hay jóvenes ingenieros, agrónomos y tecnólogos comprometidos con hacer del agro un espacio de innovación y no de rezago.

Desde mi experiencia personal, he visto cómo un sensor bien instalado puede ahorrar litros de agua; cómo un dron puede detectar una plaga antes de que sea visible al ojo humano; cómo una base de datos puede reemplazar años de prueba y error. Esto no es solo eficiencia. Es dignidad para el productor, rentabilidad para el cultivo, y sostenibilidad para el país.

El reto está planteado: necesitamos un agro más inteligente, pero también más justo y accesible. La agricultura de precisión no debe quedarse en discursos técnicos o congresos académicos. Debe llegar a la parcela, a la finca, al agricultor que madruga cada día con la esperanza de una mejor cosecha.

Ecuador tiene la biodiversidad, el talento y el conocimiento para liderar esta transición. Lo que falta es voluntad: política, institucional y colectiva. Apostar por la agricultura de precisión no es solo modernizar el campo; es apostar por un futuro donde la tecnología no reemplace al agricultor, sino que lo empodere.